El rey no se salva por la multitud del ejército, Ni escapa el valiente por la mucha fuerza.
¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de tus alas.
Mas yo, como si fuera sordo, no oigo; Y soy como mudo que no abre la boca.