¡Oh, que pesasen justamente mi queja y mi tormento, Y se alzasen igualmente en balanza!
Porque pesarían ahora más que la arena del mar; Por eso mis palabras han sido precipitadas.
Por tanto, no refrenaré mi boca; Hablaré en la angustia de mi espíritu, Y me quejaré con la amargura de mi alma.
Mis ojos están gastados de sufrir; Se han envejecido a causa de todos mis angustiadores.
Sácame de la red que han escondido para mí, Pues tú eres mi refugio.
Pues de aquí a poco no existirá el malo; Observarás su lugar, y no estará allí.